Maneras de prolongar el vacío

morena caballero
3 min readJun 27, 2024

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Cuando no sé qué decir: describo.

Hace dos días se quedó sin batería mi mouse inalámbrico. Me enojé como si tuviese sentido renegar de algunas cosas. Me molesta la inconsistencia, ya no se puede confiar ni en los objetos, ninguno logra asegurarte nada. Me invadió una sensación conocida: estoy a la deriva. Fue reconocer de golpe que, en este gigantesco y grotesco universo, no sólo soy una partícula de vida en el tiempo, sino que además estoy reducida a mi propia suerte. Y algunos días, aunque nos los parezca, me despierto como un objeto al que nadie recordó cambiarle las baterías, porque quien debía hacerlo era simplemente yo.

Hace cinco años que escribo de forma recurrente. Me levanto casi todos los días pensando en escribir algo significativo que logre hacerme creer en mí. Todavía no lo consigo pero, creo que en algún momento dejaré de perseguir la meta o lograré llegar a ella. Quizá muera primero pero no pierdo nada por seguir intentando. La escritura es mi única rutina inamovible, mi único hábito. La abandono, la insulto y le digo que no sirve para absolutamente nada pero en el instante en el que las cosas se ponen difíciles, la palabra es la que salva. Tengo un pósit en mi escritorio con un fragmento de Leonardo Sciascia que dice: “No hay pesimismo que sea definitivo cuando se escribe. El acto de escribir es siempre un acto de esperanza”. No sé qué tanto le creo pero en algo debería creer. Soy una escéptica insoportablemente espiritual. Vivimos en un mundo hermoso y mágico repleto de mugre y me da asco. Nunca sabes bien cuándo algo va a cambiarte tu vida o cuándo es sólo otra recaudación de dinero. Los pobres no tienen tiempo para biodecodificación ni reiki ni sesiones de constelaciones familiares insólitamente caras. Nos conformamos con un Dios de todos, un hombre que multiplicaba los peces y hacía del agua, vino; que se rodeaba de leprosos y de los más indefensos.

Llevo días intentando escribir algo que me alcance pero me encuentro en ese bucle donde todo es insuficiente. He perdido esa soberbia de creer que a alguien le podría interesar leerme: como siempre, quien más me releo soy yo (la única que puede darme consejos). Me limito a detallar lo que atraviesa mi mente porque se supone que el tren no debería ir tan rápido pero lo hace. No consigo subirme a ningún vagón así que me limito a retratos de segundos de ideas que podrían ser observadas, verificadas y cualificadas. Pienso en mis compañeros de la secundaria y siento que me cuesta perdonar. A la mayoría no los recuerdo. ¿Habrá vida después de la muerte? (¿tengo tantas ganas de vivir como para encontrar más cosas detrás del fin?). A veces siento que mi instinto natural es el enojo. Desearía envejecer con dignidad pero cada día me castigo por crecer. A menudo discuto conmigo sobre mi piel, sobre mi peso, sobre mi rostro. Adoro a mis padres pero detestaría la concepción de decírselos, más allá de que sé que me sentiría mucho mejor luego. No sé si creo que eso sea porque soy acuariana o simplemente una imbécil que un día decidió meterse en una jaula emocional. La escritura salva porque es una confesión, la única certeza de que a la tumba no te lo llevas todo. Y quizás, sólo quizás, tengas la suerte de que tus pecados sean perdonados.

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